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El aparato digestivo


Actividad 1.

Lee con atención el siguiente texto y observa el video del proceso digestivo, después publica tus comentarios y dudas al respecto.


Digestión en la boca
La digestión empieza en la boca con la masticación y la ensalivación. Al tiempo que el alimento se va troceando, se mezcla con la saliva hasta conseguir que esté en condiciones de pasar al estómago. La saliva contiene un enzima llamado amilasa salivar -o ptialina-, que actua sobre los almidones y comienza a transformarlos en monosacáridos. La saliva también contiene un agente antimicrobiano -la lisozima-, que destruye parte de las bacterias contenidas en los alimentos y grandes cantidades de moco, que convierten al alimento en una masa moldeable y protegen las paredes del tubo digestivo.
La temperatura, textura y sabor de los alimentos se procesan de tal manera que el sistema nervioso central puede adecuar las secreciones de todos los órganos implicados en la digestión a las características concretas de cada alimento.
No se deben tragar los alimentos hasta que no estén prácticamente reducidos a líquido (masticando las veces que sea necesario cada bocado). Es el único punto que podemos controlar directamente en el proceso digestivo y debemos aprovecharlo, ya que sólo con una buena masticación solucionaremos una gran parte de los problemas digestivos más comunes.

Digestión en el estómago
El paso del alimento al estómago se realiza a través de una válvula -el cardias-, que permite el paso del alimento del esófago al estómago, pero no en sentido contrario. Cuando no es posible llevar a cabo la digestión en el estómago adecuadamente se produce el reflejo del vómito y esta válvula se abre vaciando el contenido del estómago.
En el estómago sobre los alimentos se vierten grandes cantidades de jugo gástrico, que con su fuerte acidez consigue desnaturalizar las proteínas que aún lo estuvieran y matar muchas bacterias. También se segrega pepsina, el enzima que se encargará de partir las proteínas ya desnaturalizadas en cadenas cortas de sus aminoácidos constituyentes.
Los glúcidos se llevan parte de la digestión estomacal, ya que la ptialina deja de actuar en el medio ácido del estómago. Esto supone que según los almidones y azúcares se van mezclando con el ácido clorhídrico del contenido estomacal, su digestión se para hasta que salen del estómago. Pero eso todavía no ha ocurrido, y cuanta más proteína hayamos ingerido junto con los almidones, más ácidos serán los jugos gástricos y menos activas estarán las amilasas sobre ellos. La digestión en el estómago puede durar varias horas y la temperatura pasa de los 40º, por lo que a veces los azúcares y almidones a medio digerir fermentan dando lugar a los conocidos gases que se expulsan por la boca o pasan al intestino.
Los lípidos pasan prácticamente inalterados por el estómago Al parecer, no hay ningún enzima de importancia que se ocupe de ellos. Sin embargo, los lípidos tienen la capacidad de ralentizar la digestión de los demás nutrientes, ya que envuelven los pequeños fragmentos de alimento y no permiten el acceso de los jugos gástricos y enzimas a ellos.
La absorción de nutrientes es muy limitada a través de las paredes del estómago, por lo que conviene acortar esta fase de la digestión lo más posible si queremos tener acceso rápido a los nutrientes que contienen los alimentos.
Una vez terminado el trabajo en el estómago (o dejado por imposible), se vierte el contenido del estómago -quimo- al duodeno en pequeñas porciones a través de otra válvula: el píloro. Allí, se continuará la digestión de los elementos que no pudieron ser digeridos en el estómago por necesitar un medio menos ácido para su descomposición (grasas y glúcidos).

Digestión intestinal
Nada más entrar el quimo desde el estómago en el duodeno, es neutralizado por el vertido de las secreciones alcalinas del páncreas, que lo dejan con el grado de acidez necesario para que los diferentes enzimas del intestino delgado actúen sobre él. El jugo pancreático, además de una elevada concentración de bicarbonato, contiene varios enzimas digestivos, como una potente amilasa, que acaba de romper los almidones. También contiene una lipasa, que separa los triglicéridos en ácidos grasos y glicerina y se activa por la presencia de las sales biliares, y otras enzimas que se encargan de fraccionar las proteínas que no habían podido ser digeridas con la pepsina del estómago.
El hígado también vierte sus secreciones en el intestino: la bilis, que se almacena previamente en la vesícula biliar, desde donde se expulsa al intestino según se va necesitando. La bilis contiene las sales biliares, que son unos potentes detergentes naturales que separan las grasas en pequeñas gotitas para que los enzimas del páncreas puedan actuar sobre ellas. También tiene otra funciones, como la de servir de vía de excreción de ciertos materiales que no pueden ser expulsados por la orina y deben de eliminarse por las heces. Las sales biliares se descomponen en ácidos biliares que se recuperan al ser absorbidos, ya que vuelven al hígado donde son de nuevo transformados en sales.
Mientras que el alimento va avanzado por el intestino se le añaden otras secreciones del propio intestino, como el jugo entérico o jugo intestinal, que contiene diversos enzimas que acaban la tarea de romper las moléculas de todos los nutrientes. Los más importantes son las proteasas, que actúan sobre las proteínas. Al ser las proteínas los nutrientes más complejos, son los que necesitan de una digestión más complicada y laboriosa.
Al mismo tiempo que se siguen descomponiendo todos los nutrientes, los que ya han alcanzado un tamaño adecuado y son de utilidad atraviesan la pared intestinal y pasan a la sangre. La absorción se realiza lentamente, pero el área desplegada del interior de nuestro intestino es de unos 150 m2, y al final solo quedan los materiales no digeribles, junto con el agua y los minerales que se han segregado en las diferentes fases del proceso digestivo.
Esta mezcla pasa al intestino grueso, donde hay una gran cantidad de diversos microorganismos que constituyen la flora intestinal. Estos microorganismos, principalmente bacterias, segregan enzimas digestivos muy potentes que son capaces de atacar a los polisacáridos de la fibra. En este proceso se liberan azúcares, que son fermentados por ciertas bacterias de la flora produciendo pequeñas cantidades de ácidos orgánicos que todavía contienen algo de energía. Estos ácidos, junto con el agua y las sales minerales, son absorbidos dejando el material más seco y hecho una mierda, que se expulsa donde se puede a través del ano.
El resultado de la digestión se puede resumir así:

Hidratos de carbono:
Todos los hidratos de carbono digeribles se convierten en glucosa y otros monosacáridos y pasan a la sangre.
Proteínas: Se fraccionan en aminoácidos, que también son absorbidos y pasan a la sangre.
Lípidos: Se separan en sus ácidos grasos y glicerina para atravesar la pared intestinal, aislados o en forma de jabones al combinarse con los jugos pancreáticos e intestinales. Luego son reconstruidos de nuevo al otro lado de la pared intestinal y se combinan con proteínas sintetizadas por el intestino, formando unas lipoproteínas llamadas quilomicrones. A través del sistema linfático son llevadas junto al corazón, donde son vertidas al torrente sanguíneo para conseguir una máxima dispersión. Algunos lípidos no siguen este ajetreado camino y pasan directamente a los capilares sanguíneos que riegan el intestino.

Transporte hasta los tejidos
Una vez que los nutrientes llegan a la sangre, toman diferentes rutas según que tipo de nutrientes sean y cuales sean nuestras necesidades en ese momento. El Sistema Nervioso Central, utilizando un complejo sistema a base de impulsos nerviosos y mensajeros químicos en el torrente sanguíneo -las famosas hormonas-, decide que se debe hacer con cada uno de los nutrientes.
Entre los posibles destinos están: los diversos tejidos para su utilización inmediata o reserva de uso rápido -glucógeno muscular-, el hígado para su transformación en otros tipos de nutrientes más necesarios, o el tejido adiposo para su acumulación en forma de grasa como reserva energética a largo plazo o aislamiento térmico.

Difusión por los tejidos
Las distintas sustancias que transporta la sangre se reparten por la red de pequeños capilares hasta llegar a cada tejido del cuerpo humano. Pero donde realmente son necesarios es en cada una de las células que componen estos tejidos.
Las células están flotando en un líquido de composición muy parecida al agua del mar, y sin contacto directo con los capilares sanguíneos. Tanto los nutrientes como el oxígeno de la sangre tienen que atravesar las finas paredes de los capilares para diluirse en el líquido intercelular y quedar así a disposición de las células que los necesiten.
Este paso es también crítico, ya que si las membranas que forman las paredes de capilares están obstruidas por depósitos de grasa o aminoácidos en exceso, la presión sanguínea deberá aumentarse hasta conseguir que los nutrientes pasen y lleguen a las células (hipertensión arterial). Si se alcanza el máximo de presión sanguínea que el organismo tolera, y aún así no es suficiente para que los nutrientes atraviesen las paredes de los capilares, se produce una desnutrición de las células, a pesar de que la sangre está saturada de alimento.

Absorción celular
Este es el último paso del proceso y el fin de este viaje. Los nutrientes que flotan en nuestro mar interior son absorbidos por nuestras células, pasando a través de las membranas que las recubren, y una vez en el interior son digeridas, transformadas y utilizadas en función de las necesidades y del tipo de célula de que se trate. Este proceso también esta controlado por el Sistema Nervioso Central, que a través de diversas sustancias como la insulina, gestiona el uso que las células hacen de estos nutrientes. Una vez en el interior de la célula, y mediante la acción de los enzimas intracelulares, los nutrientes se transforman en las sustancias propias del metabolismo celular. Pero esto ya es otro viaje, y queda fuera de nuestros objetivos el recorrerlo.
Conclusiones
No debemos olvidar que, el objetivo final de toda la cadena de sucesos que tienen lugar cada vez que nos llevamos algo a la boca es que nuestras células tengan la materia prima para alimentarse y reconstruir sus partes dañadas. Cualquier obstrucción que provoquemos en este proceso por no alimentarnos correctamente privará de energía o materiales básicos a algunas de nuestras células. Cuando esto ocurre las células mueren o no se reproducen correctamente, deteriorando los tejidos a los que pertenecen y provocando, en última instancia, la enfermedad.
Tanto los reflejos del hambre como los de la saciedad, incluso otros que pueden hacernos sentir apetencia por un determinado tipo de alimento, están provocados por nuestro Sistema Nervioso Central en base a las necesidades del conjunto de nuestras células. Normalmente no hacemos caso de estos estímulos, unas veces porque anteponemos nuestras necesidades psíquicas o sociales, y otras porque simplemente hemos perdido la facultad de captarlos. De todas formas, siempre estamos a tiempo de comprender cuales son las bases de la nutrición humana y establecer una dieta equilibrada que favorezca el óptimo desarrollo de los procesos digestivos.


Úlceras de estómago


Úlceras de estómago: Las úlceras de estómago ya no son para siempre ...


Tanto las úlceras de duodeno como las gástricas se pueden tratar de manera eficaz una vez diagnosticadas.


Los avances de la ciencia médica están generando muchos estómagos agradecidos. Las úlceras de estómago ya no tienen por qué ser dolorosas compañeras de viaje para toda la vida. Este falso mito se puede romper porque ya se conocen sus causas y se pueden curar. Su tratamiento exige reflexionar sobre las dos enfermedades distintas a las que se refiere el genérico úlcera de estómago: a las úlceras de duodeno que, en su mayoría, son benignas y a las úlceras gástricas o de estómago y que, en una pequeña proporción de casos, son malignas y se relacionan con el cáncer de estómago ulcerado.
Las úlceras gastroduodenales se desarrollan con mayor frecuencia a medida que aumenta la edad, en especial a partir de los 40 años. En ello influyen ciertos fármacos, como los Antiinflamatorios No Esteroideos (AINES), entre los que se incluye la aspirina y cuyo consumo es más habitual entre las personas mayores. Otro factor que desencadena esta dolencia es la infección por Helicobacter pylori (H. pylori), que también afecta a las personas mayores y se relaciona con las condiciones higiénicas y sanitarias. Su mejora en los países desarrollados ha permitido que esta infección disminuya entre los más jóvenes.
Se estima que el 50% de la población mundial está infectada por H. Pylori. La población afectada varía desde un 20% cuando se trata de adultos jóvenes de los países desarrollados a más del 50% (en ocasiones hasta el 90%), en los países en vías de desarrollo. En España, el 50% de la población sufre esta infección, aunque sólo entre el 15% y el 25% registra una úlcera péptica.
¿Se pueden prevenir?
La infección por H. pylori y las úlceras asociadas no se pueden prevenir, pero sí tratar una vez diagnosticadas. Por el contrario, en las úlceras asociadas al consumo de antiinflamatorios sí es posible fijar pautas de prevención. Los grupos de riesgo entre las personas que toman AINES son quienes tienen antecedentes de úlceras, hemorragias digestivas, más de 60 años y consumen más de un AINE al día. Cuando los pacientes precisan medicamentos para calmar el dolor, se puede recurrir a otros analgésicos no antiinflamatorios y, en caso de necesitar de forma ineludible un antiinflamatorio, se puede optar por elegir el menos lesivo para el aparato digestivo, ya que cuanto más potente es un antiinflamatorio, mayor es su capacidad de dañar la mucosa gastroduodenal. Para prevenir las lesiones causadas por estos fármacos, se aconseja su ingesta acompañada de una sustancia que proteja al estómago del desarrollo de úlceras o hemorragias. Los más habituales son los inhibidores de la bomba de protones (el popular omeprazol, un protector gástrico que se toma por la mañana en ayunas, 20 minutos antes del desayuno), o los análogos de las prostaglandinas (misoprostol).
Señales de alarma
No todas las úlceras duodenales o gástricas generan los mismos síntomas. Es más, a menudo pueden permanecer silenciosos durante muchos años. La Asociación Española de Gastroenterología no cesa de insistir en que el H. pylori se adquiere durante la infancia y puede vivir durante muchos años en el estómago, donde causa una pequeña inflamación que no siempre se manifiesta. Esta bacteria sólo contribuye a que se desarrolle úlcera en una de cada diez personas que se infectan con ella.
Se estima que el 50% de la población mundial está infectada por el 'Helicobacter pylori'
El dolor característico se localiza en la zona alta del abdomen, en la parte central, y se calma después de comer. Por ello se dice que los afectados sufren una sensación de "hambre dolorosa". Ahora bien, cuando el dolor no se produce y las úlceras permanecen silentes es posible que su primera materialización sea a través de una hemorragia, perforación de la úlcera o estenosis pilórica (estrechamiento del píloro, la puerta de entrada del estómago al duodeno).
La endoscopia, la prueba estrella
La fórmula para diagnosticar las úlceras de estómago es la endoscopia; se introduce un tubo flexible a través del intestino delgado que permite al especialista visualizar la zona que desea explorar en busca de la úlcera. Este tipo de endoscopia de las vías digestivas altas se denomina gastroduodenoscopia. Una de sus principales ventajas es que al mismo tiempo que se realiza,se puede extraer una pequeña muestra de tejido para analizarlo. Aunque es una prueba invasiva, el paciente no sufre ningún dolor porque se practica bajo sedación.
Junto a la endoscopia, otras pruebas útiles para diagnosticar las úlceras son las radiografías con contraste -aunque la sensibilidad de las exploraciones radiológicas es muy inferior a la de la endoscopia-, la prueba del aliento, que analiza la actividad metabólica del paciente y detecta los metabolitos relacionados con una úlcera duodenal o estomacal, la analítica de sangre y la detección en las heces de los antígenos de la bacteria H. pylori.
'Helicobacter pylori': el enemigo
La erradicación de esta bacteria es fundamental para prevenir el desarrollo de cáncer de estómago, puesto que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo ha identificado como un agente carcinógeno. El tratamiento estándar para eliminar su infección consiste en una combinación de dos antibióticos junto a un protector gástrico (inhibidor de la bomba de protones). La combinación más habitual es la que está formada por los antibióticos amoxicilina y claritromicina y el omeprazol. Su erradicación precisa que se tomen dos veces al día durante una semana o diez días, según la pauta médica.
Ahora bien, cuando este tratamiento línea no funciona es posible administrar otras combinaciones de antibióticos. De manera que después de tres ciclos de tratamiento, el 99% de los pacientes portadores de la infección por esta bacteria se curan.
Un caso diferente es el de las úlceras de estómago inducidas por el consumo de AINES. En este supuesto el tratamiento convencional se basa en la toma de un inhibidor de la bomba de protones dos veces al día entre cuatro y ocho semanas, el tiempo necesario para que cicatricen las úlceras. En este proceso de cicatrización, con independencia de si la úlcera es duodenal o gástrica, el tabaco y el alcohol retrasan el proceso de curación.
Después del tratamiento
Siempre que el agente causal de la úlcera sea el H. pylori, es posible que, tras el tratamiento, se detecte de nuevo la presencia de la bacteria. No se trata de una nueva infección, sino de la persistencia de la infección que no se ha detectado bien nada más finalizar la terapia. Por esta razón, una vez concluida, es importante que las pruebas se repitan entre tres y cuatro semanas después para comprobar si el "H. pylori" se ha eliminado-.
Cuanto más potente es un antiinflamatorio, mayor es su capacidad de dañar la mucosa gastroduodenal
En las úlceras gástricas, una vez concluido el tratamiento, hay que asegurarse de que se ha cicatrizado por completo. Para ello se repetirá la endoscopia y la toma de muestras de biopsias del margen de la úlcera. El objetivo es confirmar que no se esconda ningún tumor. Es una exploración nada dolorosa que permite analizar con el microscopio las muestras de tejido con el fin de descartar el desarrollo de un cáncer de estómago.
El futuro
Las úlceras de estómago son infecciones muy frecuente en todo el mundo y la causa de una gran morbilidad (desarrollo de enfermedades). Ante esta situación, se investigan estrategias de vacunación no sólo para evitar contraer la infección por esta bacteria, sino para combatirla en quienes ya la padezcan mediante la inducción de una respuesta inmunológica efectiva.
Otra línea de investigación activa es la búsqueda de AINES que no sean tan lesivos para el estómago, ya que las alternativas actuales, como los inhibidores de la ciclooxigenasa 2 (coxib), no han funcionado tan bien como era de esperar e, incluso, algunos de ellos se han relacionado con efectos adversos cardiovasculares.
Ante los primeros síntomas o sospechas:
Acudir al médico. No hay que conformarse con "una úlcera para toda la vida", ya que se puede tratar y eliminar su agente causal, Helicobacter pylori.
El tratamiento de las úlceras no obliga a seguir una dieta especial. Las únicas restricciones dietéticas que requieren son las del sentido común, o sufrir otras enfermedades como la diabetes o la hipertensión arterial.
Si una persona tiene úlcera o se le ha prescrito un tratamiento para ella, éste es un buen momento para dejar de fumar o reducir el consumo de tabaco, ya que este hábito nocivo retrasa la cicatrización. Los antiinflamatorios para las úlceras se deben tomar de acuerdo con las necesidades clínicas y en ningún caso por indicación propia ni en dosis superiores a las recomendadas. No hay que automedicarse. Es obligatorio cumplir con la medicación prescrita, ya que no hacerlo es una de las principales causas del fracaso del tratamiento para eliminar el Helicobacter pylori.
Fuente: Ignasi Elizalde, consultor del Servicio de Gastroenterología del Hospital Clínic, de Barcelona